La metodología de Aprendizaje-Servicio-Solidario (ApS) permite a las y los jóvenes la aplicación de saberes al servicio de las necesidades de la comunidad, al tiempo que, mediante acciones solidarias en contextos reales, construyen nuevos conocimientos y desarrollan habilidades y capacidades para la vida, para el trabajo y para la construcción de sí mismos como parte de la ciudadanía (Tapia, 2010).
Se trata de contribuciones de distinto alcance, pero concretas, vinculadas al curriculum, evaluables y que tienen un potencial transformador en la comunidad. De acuerdo con Escoda (2018), entre las principales aportaciones del APS que se vinculan con los procesos educativos formales se encuentran:
- Permite aprendizajes vinculados al currículum mediante acciones necesarias y sostenibles en el contexto comunitario.
- Coadyuva a la participación, al compromiso social, al desarrollo de conciencia, a la adquisición de hábitos para el trabajo, al empoderamiento personal y social de las y los estudiantes y de las y los profesores.
- Facilita la interacción entre la institución escolar y los actores y actrices de la comunidad.
- Favorece la participación y el compromiso social de personas que pertenecen a grupos considerados como vulnerables.
- Permite obtener mejores resultados académicos, sentir satisfacción por el aprendizaje, mejorar hábitos y actitudes para la vida (Escoda, 2018, p. 2).
Un aspecto fundamental que se retoma en esta propuesta, es la importancia del equilibrio entre el aprendizaje y el servicio y, también, el equilibiro en la participación entre actores y actrices: estudiantes, docentes y comunidad. Esto permite que, como señala Puig (2016):
[…] se aprenden valores porque las personas implicadas los viven, los realizan en cada paso de la actividad y, como resultado de este proceso, los convierten en virtudes personales, en disposiciones conductuales, en competencias que dominan cada vez mejor y que aplican tanto a la situación original como a otras circunstancias (p. 18).
